Cada 15 de agosto, Casabindo se transforma en el escenario de la fiesta taurina argentina. Es un día de alegría, agradecimiento y ruego por la lluvia y por el trabajo. Pero el auge del norte transformó esa jornada, en un destino al que miles quieren concurrir.
A simple vista se observa que Casabindo no tiene el esplendor con que el turismo bendijo a localidades quebradeñas, pero para el día de la Asunción de la Virgen María, esta pequeña comuna hace sentir al viajero que es parte de la América andina. Entonces a la belleza del paisaje más le pesa la densidad de una cultura modelada a fuerza de mixtura, de enriquecido mejunje de creencias y ritos milenarios.
Hay gringos llegados del extranjero, cámaras en mano; compatriotas que vienen del sur (en Jujuy toda la Argentina es el sur) y también están los protagonistas, los puneños que llegan caminando desde sus pueblos vecinos, sin cámaras, pero con la fe religiosa y el ánimo festivo cultivado en sus propios caseríos, unidos en la procesión de los Misachicos que serán consagrados en honor de la Virgen.
Llegan con sus santos y con cánticos, mitad copla, mitad coloquio, de tinte religioso. Salieron la noche anterior para estar presentes frente al altar de la parroquia de Casabindo, a las 7, para la misa de la aurora. Entonces, la temperatura comienza a ascender desde los 10 grados bajos cero que dejó la noche.
Todo comienza con esta celebración religiosa. Así es la Puna, con esa magia entretejida a través de más de 500 años de impactante fusión aborigen y española, ese cruzamiento de Pachamama y cruz.
La del 15 de agosto es una fiesta cristiana, de las más bellas, de las que pocas hay en Argentina, de esas capaces de hacer viajar al viajero miles de kilómetros, por una ruta llena de arena, polvo y sequía, para participar de una celebración de fe, que es también costumbre, tradición y fiesta, muy así, muy igual a los sanfermines españoles.
La celebración es cristiana y hay bautismos y hay casamientos en una iglesia que sobresale en el pequeño salpicado de casitas puneñas que remedan en color a las montañas que le dan cobijo.
Antes de los sacramentos aparecieron los "samilantes", hombres vestidos con plumas de ñandú y suri que se entregan a la danza y anuncian que el ritual de Casabindo está en marcha. Esto se desarrolla frente a la parroquia que, por su esplendor, llaman "Catedral de la Puna".
No hay que desestimar la presencia de la blanca capilla que, junto a la de Uquía, en 1941 fueron declaradas Monumento Nacional en un listado que también incluyó la catedral de Salta, y las capillas de Tilcara, Yavi, Purmamarca y otros poblados y bienes del noroeste argentino.
Dada la gran afluencia de público, este año el gobierno de la provincia restauró el arco de ingreso, y puso a punto la iluminación y la seguridad.
Suenan erkes, especie de trompeta rústica, y cascabeles mientras se ruega a la Pachamama lluvia en el calendario productivo, que comienza precisamente en esa fecha.
Los hombres disputan presencia con las mujeres que aparecen acompañadas por niños (dos imitan caballos y otro un toro) cargan en hombros y espaldas mitades de corderos, cortes que se disputan ellas a las que se las llama las "cuarteadoras".
Terminada la misa principal de la jornada suenan bombas y campanas y se vive uno de los momentos de más emoción: la salida de la imagen de la Virgen de la iglesia, en procesión, para rodear la plaza Quipildor, o Plaza de Toros, y regresar al templo. Todo el pueblo sigue a la Virgen, rezan y cantan.
En este punto ya es mediodía y, aunque la chicha y otras bebidas alcohólicas pasaron entre la muchedumbre, es el hambre lo que hace cambiar la percepción con los aromas.
Hay unos cuantos puestos de comida y hay que aprovechar el momento antes que comience la toreada. El ambiente huele a empanadas fritas, locro, tamales y humitas.
Mientras, en el corral, se hace el ritual de la Chaya, que más que ruego es agradecimiento a la tierra y consiste en enterrar hojas de coca y chicha; finalmente comienza la toreada. Se la llama el Toreo de la Vincha, y es una festividad taurina que tras soltar a los toros empieza la corrida entre los inscriptos, lugareños y algunos capitalinos aventureros.
No se trata de desangrar al toro, sino de quitarle la vincha con monedas de plata, la que será ofrecida a la Virgen. Y el toro no sufre daño alguno.
En cambio en la chaya se sacrifica un cordero.
Luego de la premiación de los toreros ganadores llega el baile popular con instrumentos musicales autóctonos: erkes, quenas y cajas.
El viento sopla, el sol cae, y la oscuridad llama al retiro.
El turista brinda de noche en su hotel de Tilcara. Atrás quedó Casabindo donde alguna vez mandó la más alta autoridad aborigen: el Curaca inca, devenida en capital de la Encomienda.
De esta historia mitad resistencia, mitad dominación viene esta festividad. Para agendar.
Fuente: La Voz Turismo
http://www.lavoz.com.ar/nota.asp?nota_id=575440