Fuera de los circuitos tradicionales, este viaje combina una visita a las Pirguas del Sol, uno de los tesoros arqueológicos de la provincia, con una estancia que mantiene viva la tradición del gaucho salteño
Por la R 68, en pleno Valle de Lerma, aparece La Viña, encantador pueblo de antiguas casas con galerías donde, cuentan, se plantaron las primeras vides en el siglo XVIII. Aquí el camino se desvía hacia Guachipas, a 17 kilómetros. Bajo la sombra de la recova del municipio del lugar, de típica arquitectura salteña, la misma que rodea la placita con infaltable iglesia de colorida fachada y torre campanario, es posible encontrar a Raúl Aguirre, la persona adecuada para indicarles el camino o guiarlos hasta las cuevas de Guachipas, a 30 kilómetros del pueblo.
Emprendemos con él el camino, primero en un ascenso lento y sostenido por una cornisa, que va dejando abajo bellos paisajes salpicados de tabacales y árboles frutales en flor, que manchan de diferentes colores la ruta, con el permanente relato de don Raúl, que nos señala lugares que fueron parte de la historia de importantes gestas de la provincia.
Luego de las alturas de la cuesta del Cebilar y El Lajar aparece un camino que sube hasta los aleros en Las Juntas. Sin un guía, allí hay que estar atentos, ya que la señalización puede pasar inadvertida. Abandonamos el auto y bajo un refulgente sol ascendemos caminando unos metros para iniciar un fascinante viaje arqueológico.
Conocido como Oma Sacopo (seno de las Pirguas del Sol), fue un sitio sagrado y oratorio de las tribus de Guachipas, que eligieron el lugar donde la cima está coronada por una gran apacheta dedicada la Pachamama, que recibe al sol desde su nacimiento hasta su ocaso.
Las pinturas, que fueron descubiertas en 1965, se esparcen a lo largo de treinta y tres aleros, y datan del año 900 al 1400 d.C. Las primeras novedades del lugar se remontan a 1903, cuando los prestigiosos arqueólogos Eric Borman y J. B. Ambrosetti comenzaron a estudiar la zona. El nombre de este último le fue dado al alero mejor conservado, protegido hoy por un alambrado, que no parece preservar del todo este tesoro arqueológico de algún desaprensivo visitante.
Un paseo por los sitios del cerro Pintado es un emocionante viaje a las raíces de la cultura de sus primitivos habitantes, cuya vida cotidiana se extiende como un gran fresco por los aleros que van apareciendo a medida que se asciende el cerro, para mostrar en detalle distintas escenas de sus protagonistas.
Sobre las rocas de arenisca roja de las formaciones geológicas del período cretácico, los guachipas, verdaderos artistas, dejaron como las ilustraciones de un libro espectaculares dibujos y pinturas, algunas coloridos, donde aparecen personajes en ceremonias religiosas, filas de guerreros, chamanes, los impactantes hombres escudo , gente del pueblo y animales como suris, jaguares, aves, mariposas y llamas.
Los amantes de la fotografía no pararán de capturar imágenes en el espectacular sitio, algunas de las cuales habrá que obtenerlas acostados sobre las rocas, ya que están hechas sobre la bóveda de estrechos aleros. Los viajeros que gustan explorar recorriendo la zona caminando encontrarán muchas más pinturas rupestres en insospechados lugares cercanos.
Luego del largo trajín de recorrer trepando las cuevas de Guachipas, nada mejor que seguir la ruta y recalar en Pampa Grande, típica estancia salteña de 30.000 hectáreas y enorme valor histórico para disfrutar de un merecido descanso en un clima de auténtico vínculo con lo más tradicional de la provincia. En el camino aparecen cóndores planeando sobre nuestras cabezas a corta distancia y, muy cerca, la entrada a la estancia, a 1700 metros de altura.
Como un pequeño poblado, el sitio recibe al visitante con varias casas de arquitectura colonial, la capilla, la escuela y sala de primeros auxilios, los talleres de mantenimiento y un centro de logística. En el fondo del gran parque se destaca el casco principal, que asombra por su esplendor y grandeza. Todavía conserva algo de la impronta que le dio su primer propietario, Hernando de Lerma, fundador de la capital de Salta, que reclamó estas tierras para sí cuando las conoció, camino al Alto Perú.
Hoy es un elegante hotel de campo, con once habitaciones. Muy cerca sorprende el lago que enfrenta un inesperado paisaje de costas con tupidos montes de coníferas que se recortan contra los particulares cerros truncos de la región.
De gran raigambre criolla, la población de la estancia celebra fiestas patrias y religiosas. Imperdible la de Santa Rosa de Lima, patrona del lugar, que nos tocó en suerte disfrutar, donde es posible compartir con los lugareños la procesión portando la imagen de la Virgen, orlada de coloridas flores de papel.
La fiesta tiene su plato fuerte en el desfile de gauchos, que pasearon orgullosos de su estirpe trajeados a la usanza salteña, con sombreros, monteras y ponchos, montados en caballos peruanos que con su particular andar parecían formar parte de una precisa coreografía. La estancia conserva aún corrales de pirca de los siglos XVIII y XIX, y restos arqueológicos del período incaico de las comunidades que habitaron la zona. Algunas de las importantes piezas recuperadas se pueden ver en el Museo de La Plata.
* En Buenos Aires . Casa de Salta, www.casadesalta.gov.ar ; 4326-2456
* Oficina de Turismo de Guachipas. muniguachipas@hotmail.com; (0387) 4994035
Fuente: La Nación Turismo
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1210709