Este fin de semana termina en La Quiaca la Manka Fiesta, una feria popular que se remonta a tiempos precolombinos donde aún suele regir la ley del trueque. Allí, campesinos y artesanos de la Puna y los valles andinos de la Argentina y Bolivia intercambian mercaderías, productos agrícolas y utensilios artesanales.
Al llegar a La Quiaca, atravesando las inmensas soledades de la Puna, muchos viajeros se preguntan: “¿Qué vinimos a hacer acá?”. Y la respuesta es, justamente, nada. En La Quiaca hay pocas cosas llamativas y no hay un centro muy definido; el polvo remonta vuelo en las calles con facilidad y por doquier se ven cholas con sombrero negro, coloridas polleras y un aguayo en la espalda donde puede ir una guagüita dormida, un fardo de alfalfa, unos kilos de papa o media docena de cueros de oveja.
En el camino hasta La Quiaca, los paisajes parecen cubiertos por un sutil manto de dolorosa belleza que estalla en colores al pasar por las serranías del Espinazo del Diablo. Pero el pueblo en sí no tiene mucho de pintoresco, al menos a simple vista.
La Quiaca es un lugar de fronteras difusas. Cruzando apenas el arbitrario límite político entre la Argentina y Bolivia se desemboca en el pueblo de Villazón. Y si uno escucha en La Quiaca la forma de hablar de las personas, observa su modo de vestir, el color de la piel, el tipo de comida que les gusta, la arquitectura simple de las casas y hasta las ideologías políticas –aquí casi todos simpatizan con Evo Morales–, es evidente que este pueblo está mucho más ligado a Bolivia en lo cultural que a la Argentina del paradigma porteño. Y en el hecho de observar este contraste está la gracia de visitar La Quiaca, especialmente durante el segundo y el tercer fin de semana de octubre, cuando se realiza allí una feria andina llamada Manka Fiesta –o fiesta de las ollas–, que según se dice se remonta a tiempos precolombinos y donde todavía rige, a veces, la ley del trueque.
EL ORIGEN
La elección del lugar y la fecha de la Manka Fiesta, a juzgar por la antigüedad y su éxito popular, parecen haber sido muy atinados. La Quiaca está en un punto equidistante entre la Quebrada de Humahuaca, el Salar de Uyuni, las Salinas Grandes y los diferentes valles del norte de la Argentina y sur de Bolivia. Siglos atrás, la sal se traía en bloques a la Manka Fiesta, no como un simple condimento sino que era la base de la conservación de la carne. Los puneños traían bloques de sal y los vallistos aportaban verduras, quesos y carne, elementos que escasean en la reseca Puna. Y la fecha de mediados de octubre tampoco es casual, ya que es la época de las principales cosechas.
La feria, como es inevitable, se fue adaptando a los cambios culturales. Pero, increíblemente, aún mantiene rasgos propios que se remontan a los tiempos de la colonia. En primer lugar, algunos de los productos en venta son los mismos que hace siglos, ya que muchos de los feriantes han cambiado poco y nada el modo de vida que habrán tenido sus antepasados: viven en casas con paredes de adobe y piso de tierra, no tienen luz eléctrica, beben agua de vertientes y su medio de transporte a veces es el burro o directamente los pies. Por eso en la feria se ofrece charqui (carne salada) y frutos disecados que no necesitan heladera. Para los techos de las casas de adobe se venden largas cañas huecas; para cocinar hay toda clase de ollas de cerámica fabricadas a mano –nunca en serie–, para cazar zorros y palomas se consiguen primitivas hondas, y para la salud hay ungüentos curalotodo.
En la feria también se ofrecen objetos industriales como DVDs truchos y ropa de marca también trucha. Pero la feria es esencialmente artesanal y en muchos casos los artesanos manufacturan in situ. No se trata tanto de artesanías decorativas sino de productos sencillos y útiles para la subsistencia en lugares donde no hay shoppings, supermercado y, a veces, ni siquiera un almacén. Además, las cosas se venden sueltas, sin packaging, sin marketing, ni factura.
En la Manka Fiesta o Fiesta de las Ollas se pueden comprar cucharones y morteros de madera, quenas, zampoñas para bandas de sikuris, charqui de cordero y de llama, chicha, chicharrón, pan casero –nunca lactal–, cereal de quínoa, pimientos, sacos de arroz, choclos blancos, amarillos y morados, ananás, ramilletes de bananas, tomates, pollos que cacarean, caparazones de quirquincho que serán charangos, sombrillas, vasijas de cerámica para cocinar, mates con bombilla de caña, hatos de lana de oveja, llama y vicuña en bruto que no servirían en la gran ciudad, alcancías chanchito, papines multicolores en bolsas de arpillera y cebollas “para los santos y las almas”. Todo a escala microeconómica.
Todavía hay quienes llegan a la Manka Fiesta con una recua de burros cargados de mercaderías, pero la mayoría lo hacen en camionetas y camiones sobrecargados con el excedente productivo de una familia, que suele viajar con la mayoría de sus integrantes, incluyendo a veces hasta a la abuela. Sobre el suelo polvoriento de la feria se puede ver a veces el proceso productivo completo de alguna mercadería. Eso ocurre con las familias de tejedores, quienes compran lana en bruto allí mismo, la hilan, la tejen y venden sus productos. Las prendas mayores, por supuesto, ya se traen confeccionadas desde casa.
Alrededor de 2 mil personas llegan para ofrecer productos en la feria. Algunos viajan desde La Paz –un día de viaje– y los diversos valles bolivianos. Otros, desde pueblitos ignotos de Jujuy como Santa Catalina, Matancillas y Rinconada. Quienes llegan desde el vecino pueblo boliviano de Villazón vuelven a la noche a sus casas, mientras que el resto duerme en carpas, camionetas o directamente en el suelo, y si llueve se tapan con un nylon.
La gastronomía es un capítulo aparte en la feria, incluyendo una variedad de comidas regionales como asado de cordero, calapurca, lagua, tamales, chanfaina, api y guisos de quínoa.
LAS DISCOTECAS
Por la feria se ven viejas muy viejas casi sin dientes y el rostro ajado por la Puna, perros dando vueltas al garete entre las carpas donde duermen los feriantes, un cartel que anuncia al grupo de cumbia boliviana Lágrimas con Amor y una calesita manual bajo un toldo de plástico.
Un sector aparte en la feria es el de las discotecas. Están una al lado de la otra y su estructura es la de un ranchito con piso de tierra, paredes y techos de chapa y ninguna ventana. La puerta se cubre con una lona y adentro las luces son bajas, suena una cumbia estridente, los hombres beben cerveza y vino en envases de cartón hasta doblegarse, se baila un poco levantando polvo y cada tanto se arma una trifulca no muy violenta en la que el exceso de alcohol, además de ser la causa, es el impedimento de que la cosa no pase a mayores por el estado calamitoso de los pendencieros en, por ejemplo, El Refugio del Zorro.
En el poblado de Purmamarca también hay un mercado callejero, pintoresco al extremo de una postal, más lindo y colorido que el de la Manka Fiesta. El de La Quiaca, en cambio, se desarrolla en una polvorienta estación de tren abandonada, sin sombra y con humo de choripán. Pero es un mercado centenario en constante cambio, lleno de cosas útiles para ranchitos de adobe y no elementos decorativos para livings urbanos, ofreciendo cosas esenciales para la vida cotidiana en la Puna y los valles.
Fuente: Página 12 Turismo
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/turismo/9-1643-2009-10-25.html